LA VENTA LOS CABALES
Este es mi pequeño homenaje a Manolete en la revista Caireles 2017. Un relato de fabulosa invención, construido con datos y fechas reales de la memoria taurina. Estoy muy agradecido a don Fernando del Arco (director de Caireles), por ofrecerme la oportunidad de evocar la vida de un torero irrepetible de forma tan imaginativa.
Existe una historia, que asegura que en lo más alto de la sierra cordobesa, se glorifica una Venta llamada Los Cabales, donde suele parar lo más granado de la tauromaquia. Entre los escasos testigos que han podido ver la encalada fachada del regio santuario táurico, coincide la opinión que el lugar lo frecuentan insignes espadas, destacando nombres ilustres como el de Pedro Romero, Costillares, Paquiro, Lagartijo, Espartero, Guerrita, Reverte, Montes, Joselito, Belmonte, Granero, Marcial, Ortega, los Bienvenidas, Manolete, Puerta o Paquirri entre otros. Incluso los últimos testimonios de los que se tienen constancia, murmuran haber visto entrar la espigada figura del joven Víctor Barrio.
Se desconoce por completo como es la estancia por dentro, su empaque decimonónico impone tanto respeto, que ningún testigo ha osado cruzar el umbral de su entrada. Todos se quedan anonadados en su exterior, mientras desde su interior, resuenan las más conmovedoras epopeyas de aquellos hombres cabales, que dedicaron su vida con diferente fortuna, a burlar la muerte con el cándido vuelo de unas telas. La única prueba existencial de tan inaudito lugar, se encuentra en la narración de los testigos y en los apuntes pictóricos de trazo difuso que esbozaron algunos de estos. Tampoco se tiene constancia alguna, que tan enigmático cónclave tenga una localización fija, o que entre los testigos se haya repetido un segundo avistamiento del paraje, lo que supone todo un misterio de difícil explicación.
Un arriero de Piedra Luenga llamado Diego Pinalo, se encontró en 1948 con la Venta mientras transitaba con sus mercancías, por el paso del alambique con dirección a Hornachuelos. Diego aseguró, que la blanqueada edificación se situaba a unos metros del camino, en una planicie rodeada de abundante arboleda. Para Diego su avance era algo inquebrantable, pero la charla que mantenían en el umbral de la casona, varios hombres vestidos con elegante costura, le hizo detener el paso. Al fijar la mirada en aquel corrillo humano, se quedó petrificado al reconocer entre los tertulianos a Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete y a José Gómez Ortega Joselito el Gallo. A Diego el semblante de Manuel le resultó familiar, pues lo había visto en varias ocasiones por las calles de Córdoba, mientras que a José lo identificó por la devoción que siempre le profesó su padre, quien entre sus posesiones más queridas, guardaba varias fotografías del pequeño de los Gallos. Según mantuvo Diego a lo largo de toda su vida, aquella reunión que el destino cruzó en su camino, se deshizo al poco de detener su paso y en el portal de aquella recóndita venta, solo quedaron José y Manuel, el primero ataviado de lujoso traje corto y el segundo con distinguido traje de americana cruzada. El arriero contó miles de veces, que a causa de la distancia que le separaba de aquellos dos prodigios de la tauromaquia, la charla de estos era prácticamente ininteligible para él, con lo que decidió acercarse con sigilo, amparado por la frondosa vegetación del terreno. Cuando logró situarse en un lugar bien protegido, se dejó llevar por la insólita conversación de aquellos dos hombres de seda y oro. Lo que escuchó aquel sencillo arriero de Piedra Lengua, hoy forma un epigrama indeleble de la historia de este país:
-Sí Manuel, yo conocí a tu padre y toreé varias veces con él. Recuerdo un mano a mano que disputamos en la plaza de Acho (Lima) y también un reñido partido de fútbol que se improvisó en el mismo ruedo, con las cuadrillas en mangas de camisas.
-¡Vaya maestro! Le agradezco que me hable de ello, prácticamente no lo conocí, murió cuando yo contaba poco más de seis años.
-Lo sé Manuel, la carrera de tu padre no fue nada fácil, los delicados problemas de visión que padecía, no le permitieron desarrollar su toreo con normalidad. ¿Sabes que yo también perdí a mi padre cuando tan solo contaba dos años?
-Sí que lo sabía. Las filigranas que su padre firmó con los engaños, son un mito de la torería, yo he oído contar verdaderas maravillas del señor Fernando. Otra cosa que también se comenta de usted en todos los círculos taurinos, es la devoción mariana que sintió por su madre, la señá Gabriela. Dicen que su pérdida le causó tal pesar, que su cara se ensombreció.
-Vaya que sí… fue un revés del que nunca me repuse. Llevé luto por su muerte dentro de casi todas las plazas. En la calle mi duelo lo representó la melancolía de mi rostro. La orfandad en la que me dejó fue muy dolorosa. Fue ley de vida perderla… aunque a mí, me venció su desaparición. Tú sin embargo Manuel, tuviste la terrible desgracia de invertir el proceso natural de la vida. El luto de tu familia lo lleva tu madre por ti, un quebranto irracional del que doña Angustias no encuentra consuelo alguno.
-No sabe usted el profundo sentimiento de culpabilidad que siento por ello. Tiene que tener en cuenta que mi madre enviudó de dos toreros y el único hijo varón que tenía vivo, también se le ha ido de forma prematura.
-Manuel tu legado es demasiado grande para lamentarse por nada, el dolor de tu madre se justifica también por eso. Ella no solo ha perdido un hijo, además ha perdido un torero irrepetible que el destino le dio en forma de niño.
-¡Maestro me halaga usted!
-Nosotros tenemos algunas cosas en común, lo que me permite comprender tu situación muy bien. Yo pude ver en los ojos de mi madre, el orgullo tan grande que sentía cuando alguien le relataba los prodigios de Rafael, o le exaltaba las virtudes de su José, y con esa inmensa satisfacción se marchó. En cambio doña Angustias, no podrá olvidar el trágico final de tus días.
-Bien lo sabe usted que ese suplicio, la perseguirá toda su vida -mientras pronunciaba esas palabras, Diego observó como el gesto de Manolete palidecía y con amarga expresión continuó diciendo-, es curioso que entre esos parecidos que usted dice que tenemos, destaque el terrible rechazo que sufrimos cruelmente, por nuestra relación amorosa. Usted con Guadalupe de Pablo Romero y yo, con Antonia Bronchalo Lopesino, Lupe Sino. A usted el rancio abolengo familiar le impuso un clasismo incomprensible y atroz, y a mí, las malas lenguas movidas por un egoísmo de rebosante codicia, me atormentaron sin piedad, para devastar la felicidad que había encontrado junto a Lupe.
-Y otra cosa Manuel… que llegado el final de temporada, los dos teníamos la ilusión de poder unirnos en matrimonio, a pesar de las tremendas dificultades que se oponían. Tantos deseos por concluir la temporada y el aciago destino nos estaba esperando en el modesto ruedo de un pueblo, donde todos creen que los toros no hieren, y donde resulta, que hasta matan con una verdad categórica.
-¿Qué destino más horrendo, no, maestro? Conseguir como toreros los ansiados laureles del éxito, y como personas, tener que sufrir una desolación tan desgarradora.
-Sí que es una trágica vivencia… A mí la discriminación de clases me detestó de tal manera, que hasta para celebrar mis exequias en La Catedral de Sevilla, tuvo que salir en mi defensa la incondicional pluma del canónigo don Juan Francisco Muñoz y Pabón, ya que la burguesía sevillana, aquella que tanto aplaudió mis actuaciones, se negó a que el templo sevillano presidiera mi último responso.
-Pues mire lo que me pasó a mí. En Córdoba me llegaron a insultar con tanta saña, que tuve que prescindir del ruedo de los Tejares. El día de mi entierro, todos aquellos que me vilipendiaron en vida, lloraron sin consolación mi muerte, echándose a la calle y uniéndose al tumulto humano que desbordó las calles de Córdoba. Tan numerosa fue la multitud, que el retraso de la comitiva fúnebre hizo que mi inhumación, tuviera lugar casi con la noche cerrada cubriendo el cielo cordobés.
-Por fortuna para nosotros Manuel, nuestra herencia es la fervorosa devoción de innumerables toreros, músicos, pintores, escritores, aficionados y un largo etcétera de personas de toda índole y color. Ahora enumera cuantas fotografías se veneran de la aristocracia sevillana, o cuantos libros se han escrito de esos malajes que ultrajaron tu figura.
-¡Pues no sabría decirle ni uno!
-Mira… yo recuerdo una instantánea que me hizo Manuel Mateo en Barcelona, que no podría calcular la cantidad de veces que la vi en peñas y clubs. En la imagen salgo sentado en el estribo de La Monumental de Barcelona, vestido de luto por la muerte de mi madre.
-Conozco esa fotografía de la que me habla, desde luego su cara refleja con claridad la tristeza de su alma. A mí ese mismo fotógrafo y en esa misma plaza, me inmortalizó dando un pase natural a un Miura de considerable altura y las reproducciones han sido muy cuantiosas.
-No cabe duda que esa imagen de Mateo, a pesar de carecer de movimiento, refleja muy bien la revolución de tu toreo. En ella se percibe con nitidez una nueva concepción del toreo, inverosímil en mi época. La distancia, la verticalidad, la mano baja, el perfil de tu figura con respecto al toro o el giro en redondo del pase, un conjunto de cualidades que han transformado el concepto en la lidia.
-Le recuerdo maestro, que el primer torero que esbozó el toreo ligado y en redondo, fue usted.
-Sí Manuel, aunque de forma muy primitiva y exponiendo una barbaridad en el empeño. En mi tiempo y con un animal que apenas se picaba, era muy difícil alcanzar ese talante frente al toro, ni el incendiario aplomo de Juan, pudo alcanzar esas cotas tan innovadoras tuyas. Y ya no te digo, el extraordinario mérito que tiene, estar superior frente a la mayoría de toros lidiados. Eso es un hito que será difícil de superar… -en esos momentos según el relato de Diego, José fue interrumpido por una voz que lo llamaba a gritos, a lo que el diestro contestó- estoy aquí, en el portal…
De pronto se abrió el portón de la Venta y tras ella apareció una figura bajita pero bastante corpulenta.
-José… -y sorprendido por la escena que se encontró, exclamó con asombro y admiración- ¡hombre Manuel!… –y enseguida intervino José-.
-Manuel te presento a Blanquet… -Manuel dibujó una larga sonrisa en su rostro y dirigiéndose al recién llegado le dijo-.
-¡Qué placer más grande conocerlo Enrique!
-El placer es sin duda mío maestro, bienvenido a la Venta. -dijo el subalterno valenciano y agregó- José, el maestro Guerrita nos está esperando en la mesa para comer.
-¿Rafael está dentro? -preguntó Manuel-.
-Sí, Manuel -respondió José y después de una sonora carcajada, añadió- y conviene no hacerle esperar mucho.
Esas fueron las últimas palabras que Diego oyó de tan insólita charla. Después los tres hombres se perdieron tras el viejo portón de la Venta y este aprovechó el momento para salir a toda prisa de su escondite. Perturbado emocionalmente, llegó donde había dejado sus mercaderías y emprendió la marcha con urgencias, perseguido por una sensación de incredulidad y miedo, recordando cada una de las palabras que aquellos hombres habían pronunciado, sin advertir su presencia. Diego, silenció el suceso varios años por temor a ser calificado de chalado, pero una sucesión de testimonios que aseguraban haber visto la Venta, lo revistió de valor para contar la sorprendente reunión de espadas que presenció.
Un relato de José Luis Cantos Torres
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Me congratula la referencia y agradecimiento mencionado de D. Fernando del Arco, gran aficionado y persona de bien, dentro del mundo taurino catalán, aunque no sea su lugar de nacimiento.
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Excelente artículo. Enhorabuena¡¡¡
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Muchas gracias Isabel le agradezco su comentario. Saludos.
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Muchas gracias Isabel le agradezco su comentario. Saludos.
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Por esas cuestiones que tiene la red. Llegué a leer este bien hilvanado relato. Muy bueno.
Casi pude imaginar esa charla y con ella la gloria legada de tantas maravillosas espadas que ha dado España al mundo.
Gracias y saludos desde Perú.
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Muchas gracias Richard, celebro que le guste. Un saludo bien grande para Perú.
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